El viejo comunista
Jornal da Tarde, 30 de septiembre de 1999
Antiguamente, en cada pueblo hab�a un viejo erudito que viv�a entre libros y que no hablaba con nadie. Tal vez en compensaci�n de su aislamiento, era por lo general comunista � y si no lo era, al menos ten�a fama de serlo, ya que en esos ambientes nadie sab�a en qu� pod�a consistir ese dichoso comunismo, raz�n por la cual la palabra que lo denominaba era usada para designar cualquier conducta sospechosa que no fuese adulterio o pederastia. Y nada m�s sospechoso, claro est�, que leer libros.
Fue as� que el ser comunista � o, mejor a�n, el parecer comunista � se convirti� en un emblema convencional de la cultura. Y cuando la expansi�n de la ense�anza p�blica, obra de los gobiernos militares y monopolizada por la militancia izquierdista, concedi� a poblaciones inmensas el acceso al vocabulario del Partido Comunista y de la AP, entonces fue el no va m�s: cualquier chico que utilizase los t�picos verbales del izquierdismo se consideraba un individuo cult�simo, capacitado para opinar sobre pol�tica, religi�n, moral, metaf�sica y viajes espaciales. Las elecciones llevaron al Parlamento cantidades industriales de esas criaturas; la selecci�n de los periodistas por t�tulo las coloc� en las redacciones; el crecimiento de la ense�anza universitaria las elev� a profesores y rectores. Fue inevitable que esa gente tratase en seguida de nivelar todos los valores culturales con su propia estatura, siendo en eso reforzada por el providencial ascenso de lo �pol�ticamente correcto� en la Gran Rep�blica del Norte, la cual, precisamente por ser la tierra del abominable capitalismo, fue declarada testigo fidedigno para opinar sobre el asunto. Y el nuevo sentido de la palabra �cultura� alcanz� una aceptaci�n tan universal, que hasta las clases ricas, que ten�an acceso a una ense�anza algo mejor, abdicaron de ella para no perder el tren de la Historia, y hoy encuentran completamente natural pagar mensualidades alt�simas a colegios de lujo para que sus hijos aprendan en ellos, democr�ticamente, a no saber m�s que los dem�s. En la d�cada de los 70, el novelista Osman Lins hizo un an�lisis de nuestra literatura did�ctica y encontr� un panorama de desoladora estupidez. En aquella �poca, fue f�cil echar la culpa al gobierno militar de las cosas tremendas que ese material escrito endilgaba a nuestros ni�os. Pero las hordas izquierdistas que, con la redemocratizaci�n, tomaron al asalto todos los �rganos educativos, est�n en ellos desde hace 20 a�os y han conseguido hacer m�s pat�tico a�n el contenido de los libros did�cticos, por las altas presunciones �modernosas� que lo legitiman.
En consecuencia, la estupidez de las elites parlantes brasile�as raya hoy en lo calamitoso y es, en resumidas cuentas, el �nico problema nacional � el �nico problema substantivo, del que todos los dem�s derivan como secuelas y corolarios que quedar�an suprimidos autom�ticamente, sin esfuerzo, con su eliminaci�n.
En cambio, basta abrir los peri�dicos, encender la televisi�n o � con un poco m�s de caridad � asistir a los congresos acad�micos, para comprobar que todos los problemas son discutidos, menos �se. Es l�gico: la que discute es la propia elite parlante, y �sta tiene que llamar la atenci�n hacia mil y un problemas para que nadie se d� cuenta de que el problema es ella misma. Se discute principalmente sobre la educaci�n popular, nunca sobre la educaci�n de la elite encargada de educar al pueblo � lo que lleva al oyente ingenuo a suponer que, existiendo ya esa elite y estando preparad�sima, lo �nico que falta es educar a los dem�s...
La incapacidad de pensar, la obtusa incomprensi�n de palabras y de argumentos, la tendencia incoercible a razonar mediante eslogans y t�rminos de moda, el empirismo idiota que se pierde en detalles y en casu�stica por su incapacidad de abstracci�n, la compulsi�n senil a rebajar el nivel de exigencia intelectual para agradar a un p�blico �popular� al que en el fondo todo eso le importa un bledo, la reducci�n de todos los debates al enfrentamiento m�s inmediatista del gobierno y de la oposici�n � todo eso muestra que Brasil ha entregado su destino mental a la gu�a de un bando de monos que s�lo saben saltar, exhibirse y pedir palomitas.
Visto desde lejos, ese espect�culo se vuelve a�n m�s grotesco. Gilberto Amado dec�a que ten�a un orgasmo cada vez que ve�a a un brasile�o capaz de juntar premisa y conclusi�n. Hoy vivir�a en una privaci�n asc�tica que dar�a envidia al mism�simo San Ant�n.
Y pensar que todo eso empez� porque el personal decidi� hacerse culto y, viendo el ejemplo del viejo comunista, pens� que para ser culto bastaba con ser comunista...