Ideas y grupos

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 19 de agosto de 1999

 

 

Una discusi�n pol�tica nunca es exclusivamente te�rica: no gira en torno a las descripciones de la realidad, sino a las alternativas de acci�n (aunque est�n camufladas o supuestas bajo las descripciones de la realidad). Pero la mera elecci�n de una alternativa de acci�n no constituye todav�a una opci�n pol�tica, porque la pol�tica no consiste en la confrontaci�n entre hip�tesis abstractas sino entre grupos humanos concretos. En una discusi�n pol�tica no se discute s�lo qu� hacer sino sobre todo qui�n lo va a hacer. La victoria pol�tica no es la conquista de apoyo para una propuesta sino para el grupo que la representa. Por eso, en pol�tica, todas las discusiones te�ricas o pr�cticas degeneran f�cilmente en simples medios para la conquista del poder. Cuanto m�s politizadas est�n las discusiones, menor es la probabilidad de que generen alguna idea que tenga valor intr�nseco, y mayor la de que no produzcan m�s que una ret�rica de pretextos.

 

La politizaci�n de las discusiones ha llegado ya a tal punto en Brasil que hoy d�a, para impugnar una idea, no hace falta argumentar en su contra: basta encontrar su clasificaci�n en el cat�logo de los dos �nicos elementos que constituyen la totalidad del repertorio. En los medios izquierdistas, la exclamaci�n ��Es de derechas!� anular� autom�ticamente cualquier teor�a, argumento o prueba. Entre los neoliberales, por su parte, no hay una f�rmula-est�ndar para exorcizar opiniones, pero algunos t�rminos socorridos, como �tridentino�, �nacional-desarrollista� o �estatalista�, pronunciados con el adecuado tono de desprecio, bastan para rodear de una aura de sospecha las ideas m�s inocentes.

 

El resultado de esa simplificaci�n general del debate es que las dos tesis en litigio ya no est�n en litigio, puesto que los argumentos, en ambos lados, son previamente conocidos y neutralizados por la mutua ojeriza. Peor a�n, no puede entrar en escena ninguna idea nueva, pues ser� inmediatamente aceptada o rechazada por lo que tenga en com�n con las dos anteriores, no consiguiendo poner en evidencia su diferencia espec�fica, eso si no es excluida inmediatamente por ambos partidos como una antigualla o una extravagancia indigna de estudio. En esas condiciones, ninguna de las dos opiniones estandarizadas puede ser fecundada o enriquecida ni por el contacto �ntimo con la rival ni por la interferencia de alguna otra.

 

Por tanto, ya no hay confrontaci�n de opiniones: s�lo enfrentamiento de grupos. Y cualquier idea sobre lo que sea � sobre arte, religi�n, sexo o culinaria � ya s�lo necesita o puede alegar en favor suyo su perfecta identidad con las convicciones del grupo cuya simpat�a pretenda ganarse, de modo que la circulaci�n de opiniones queda reducida a un festival de juramentos de fidelidad alternados con expresiones de repudio.

 

En ese panorama, es natural que cada uno de los bloques ideol�gicos sea considerado como un verdadero bloque, en el sentido f�sico de la palabra, es decir, como un todo compacto, homog�neo y sin contradicciones internas. Cuando los examinamos desde fuera, esa impresi�n se deshace y ambos aparecen compuestos por el aglomerado fortuito de elementos sin mucha conexi�n l�gica. Pero todo el que se d� cuenta de eso est� condenado a quedarse fuera, al ser imposible su entrada en el debate por las condiciones antes descritas.

 

Siendo as�, hago la siguiente observaci�n en calidad de puro espectador inerme: en Brasil, el que es liberal en econom�a es internacionalista en pol�tica exterior y el que es nacionalista en pol�tica exterior es estatalista en econom�a. Tan cerrados dentro de s� mismos est�n los dos grupos, que nadie, tanto en el uno como en el otro, se da cuenta de que no hay ninguna conexi�n l�gica entre liberalismo y globalismo, as� como no la hay entre nacionalismo y estatalismo.

 

Que no hay nada il�gico ni imposible en la combinaci�n de la econom�a liberal con la pol�tica externa nacionalista, es algo que no es necesario probar ni siquiera en el campo de la argumentaci�n te�rica, pues 200 a�os de historia norteamericana muestran que esa combinaci�n no s�lo existe como posibilidad, sino que se ha realizado como hecho. Y aunque �ste sea el hecho m�s llamativo de la historia econ�mica de los �ltimos siglos, en la mente de los brasile�os dicha combinaci�n no existe ni siquiera como posibilidad te�rica y est� excluida de todo debate como si fuese una absurdidad intr�nseca o una utop�a est�pida indigna de la atenci�n de los intelectuales serios.

 

La �nica conclusi�n que puedo sacar de todo esto es que esos intelectuales no son tan serios. Y que por eso mismo prefieren, a la confrontaci�n de las ideas, el enfrentamiento de los grupos.