Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 10 de junio de 1999
El d�a 3 de abril de 1964, el coronel H�lio Ibiapina Lima recibi� un prisionero en el Cuartel General del IV Ej�rcito, en Recife. Al instante reconoci� al viejo sargento, comunista hasta la locura, pero buen soldado, que hab�a servido bajo su mando. El prisionero estaba maniatado y mand� desatarlo. Estaba hambriento y mand� darle de comer.
Cuando el coronel sali�, un grupo de agitadores derechistas arranc� al prisionero del Cuartel General y lo llev� por las calles, con una soga al cuello. Alguien avis� al coronel y �ste fue tras los pasos de la turba. Mand� parar la fiesta y se llev� de nuevo al prisionero, ante la mirada furibunda de la multitud. El prisionero, aterrorizado, se agarraba al brazo izquierdo del coronel, quien con la otra mano agarraba a su vez la culata de su Colt 45. En la primera esquina el coronel ofreci� al preso la libertad, para evitar nuevos intentos de linchamiento. El prisionero consider� que estar�a m�s seguro en el cuartel. Ten�a ampollas en los pies, por haber sido obligado a caminar descalzo sobre el asfalto caliente, y el coronel mand� curarle. Algunos d�as despu�s, el prisionero se enter� de que hab�a una petici�n de habeas-corpus a favor suyo y fue a pedirle al coronel que no lo soltase, pues sus perseguidores rondaban el cuartel a su espera. Se qued� y sobrevivi�.
El nombre del prisionero era Greg�rio Bezerra. Las familias de otros comunistas � Waldir Ximenes de Farias, Miguel D�lia, Almir Campos de Almeida Braga �, cuando se enteraron de los hechos, fueron a pedir a las autoridades que sus parientes presos fuesen puestos bajo la custodia del coronel Ibiapina, con quien estar�an seguros.
No obstante, desde hace 35 a�os oigo contar que Greg�rio Bezerra fue apaleado por orden del coronel Ibiapina. Yo mismo, imbuido de una credulidad residual incluso despu�s de haber muerto, desde hac�a dos d�cadas, mi fe en el comunismo, repet� esa historia en una conferencia en el Instituto de Historia y Geograf�a Militar, por meterme donde no me llaman, pues me hab�an advertido que el malvado personaje, ahora general y presidente del Club Militar, estaba entre el p�blico. �l no se ofendi�. Se limit� a llamarme a parte para contarme los hechos, con documentos y testimonios para probarlos.
Un vez m�s, despu�s de tantas, maldije a mis o�dos que, por compa�erismo trasnochado o por mera falta de malicia, hab�an sido enga�ados de nuevo por los comunistas, con las bendiciones del archi-meloso Mons. Paulo Evaristo Arns.
Ahora la leyenda ha sido publicada de nuevo, por en�sima vez, en el peri�dico O Globo, y todav�a habr� quien se la crea, principalmente porque se presenta en ese tono casual de trivialidad inapelable, disimulada como un mero inciso en un p�rrafo que trata de otra cosa. Es el truco m�s viejo de los intrigantes: insertar la mentira comprometedora en una conversaci�n sin importancia, de paso, como quien no quiere la cosa, contando con la vulnerabilidad subliminal del oyente distra�do. Incluida en otro asunto, la discreta calumnia no se expone al peligro de una discusi�n y acaba siendo aceptada por automatismo. Repetida la operaci�n varios centenares de veces, el absurdo se impregna en el fondo del subconsciente popular, preparado para resistir, con todas las fuerzas de la irracionalidad, a cualquier an�lisis sensato. �Qui�n no ha cre�do ya, por ese medio, en historias de org�as portentosas en claustros de carmelitas? Existe toda una ingenier�a de la credulidad, pero nadie jam�s la ha puesto en pr�ctica con el arte y la persistencia de los comunistas. La leyenda del torturador H�lio Ibiapina ha quedado as� incorporada a los archivos de la estupidez universal, el m�s s�lido patrimonio hist�rico del mundo, y seguir� siendo publicada por los siglos de los siglos, am�n.
* * *
Un a�adido a mi art�culo �La historia oficial de 1964�: � Un respetable acad�mico de Rio de Janeiro, ex-militante de la derecha civil armada, me ha confirmado que organizaciones derechistas de S�o Paulo y Paran� recibieron, en v�speras del 31 de marzo, cajas y cajas de ametralladoras INA. Una prueba m�s de mi teor�a: la derecha civil estaba preparada para realizar una masacre de izquierdistas, que fue detenida por la inesperada iniciativa de las Fuerzas Armadas en el momento decisivo. Si alg�n comunista lleg� vivo al final de 1964, se lo debe a sus despreciados militares. �Oh, verg�enza, madre del resentimiento!