Caprichos de la Naturaleza

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 18 de marzo de 1999

 

 

Un rayo que cae durante una suave llovizna y sin hacer ning�n ruido audible en la ciudad m�s pr�xima es, sin duda, un fen�meno que supera las costumbres de la Naturaleza. Pero si ese rayo se precipita sobre una empresa reci�n privatizada y paraliza sus servicios en mitad del Pa�s, contribuyendo a demostrar por la fuerza de un ejemplo real el silogismo izquierdista de que privatizaci�n es barbarie, s�lo podemos concluir que la Madre Naturaleza se super� mucho m�s de lo que parec�a a primera vista: pues no solamente hizo una llamativa excepci�n a sus procedimientos de costumbre, sino que encima lo hizo con un importante sentido de oportunidad hist�rica y con una agudeza estrat�gica y t�ctica que dar�a envidia a Vladimir Ilich Lenin. En efecto, la Naturaleza y la historia son �mbitos tan alejados el uno del otro que a�n no se ha descubierto un modo de poder describirlos cient�ficamente mediante un mismo c�digo de conceptos. Cuando act�an al un�sono, estamos, por tanto, ante uno de esos acontecimientos sorprendentes que recibieron el nombre de signos prof�ticos, como por ejemplo el caso del Mar Rojo que se abri� o el del sol que se detuvo en el cielo, respondiendo, en ambas ocasiones, no a conexiones causales conocidas, sino a las necesidades hist�ricas de los h�roes que protagonizaban la escena. El rayo de Bauru, por tanto, es una se�al celeste que indica el sentido de la historia venidera, lo que me lleva a sospechar que quien mont� la escena, si no fue la Divina Providencia en persona, fue alguien que tiene las habilidades t�cnicas necesarias para hacerse pasar por ella ante el c�ndido p�blico de los habitu�s del programa de �Faust�o� y de los devotos de �Tiazinha�. En la m�s modesta de las alternativas, ese magno evento debe contribuir a respaldar la teor�a cient�fica conocida bajo la denominaci�n de hip�tesis Gaya, seg�n la cual la Tierra, incluyendo la atm�sfera que la rodea, es un ser vivo y piensa. Que piense como un militante del Partido Comunista del Brasil (PC do B) puede ser una pobreza lamentable, pero no cabe exigir m�s de un planeta que ocupa, en el conjunto astral, un lugar de los m�s apartados y humildes.

 

Pero algo me dice que nuestra progenitora c�smica est� convirtiendo esas extravagancias en vicio, como es propio de las criaturas que se entregan a caprichos audaces superada una cierta edad. Pues tambi�n recientemente, en Rio de Janeiro, inmediatamente despu�s de la privatizaci�n de la Telerj, la vieja dama indigna, durante una lluvia de pocas horas, se dedic� con meticulosa pachorra al trabajo de romper los cables a�reos y encharcar los subterr�neos, igualando democr�ticamente la paralizaci�n de las comunicaciones en los barrios altos y bajos durante dos semanas; y encima tuvo la delicadeza de informar sobre sus intenciones a los funcionarios de la empresa, quienes media hora despu�s de lo sucedido ya ofrec�an el diagn�stico completo de sus causas naturales profundas, y segu�an repiti�ndolo obstinadamente a sus usuarios perplejos, hasta el momento en que las cabinas telef�nicas se cansaron de su milagrosa inmunidad y, sin ser forzadas a ello por ninguna llovizna extra, decidieron quedarse sordas tambi�n ellas al clamor popular.

 

Pero lo m�s llamativo de esa serie de acontecimientos es que, como suele pasar en las intervenciones de la Providencia, los actos de los profetas mayores son anunciados, con mucha antecedencia, por los profetas menores. Un ex-vecino m�o, funcionario de la �Eletropaulo� y militante izquierdista, hace ya m�s de diez a�os que hac�a algunos comentarios esperanzadores sobre un arma mort�fera que los justicieros hist�ricos infiltrados en la empresa estaban preparando con la intenci�n de utilizarla un d�a contra los malvados y poderosos que amenazaban profanar el templo del monopolio estatal. El nombre de ese poderoso instrumento b�lico era �apag�n� � un t�rmino entonces esot�rico al que los a�os han venido dando tal notoriedad, que hoy ya nadie se acuerda de sus or�genes gremiales y casi dir�a castrenses. Tengo ahora que retractarme ante ese conocido m�o, que no s� por d�nde anda, por las carcajadas que mi necia falta de previsi�n opon�a entonces a sus arrobamientos prof�ticos de justicia, a pesar de basarse, seg�n �l, no en vanas imaginaciones sino en el conocimiento directo y emp�tico de las ideas, intenciones y medios de acci�n de sus compa�eros de trabajo. Hoy reconozco, pues, que ten�a raz�n en lo esencial y que, si se equivoc�, fue s�lo en un detalle sin importancia, al atribuir a las intenciones humanas un acto que, hoy sabemos, por lo que nos informa el gobierno, que fue pura premeditaci�n leninista de la Madre-Naturaleza.

 

Como dec�a mi santa abuela: viviendo y aprendiendo.