La metonimia democr�tica

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 21 de enero de 1999

 

 

Quiz� deba a los lectores una explicaci�n sobre mi art�culo anterior, que qued� muy denso. Lo que dec�a all� es lo siguiente: en contra de lo que afirma Bobbio (citando a Jefferson, como me recuerda un amable lector), m�s democracia no es el remedio para los males de la democracia: es el comienzo de la dictadura.

 

Me explico.

 

Muy a menudo y p�blicamente, los tontos y los listillos hablan tanto de �democracia social�, de �democracia cultural� y hasta de �democracia sexual�, que acabamos olvid�ndonos de que el uso de la palabra �democracia� fuera del estricto �mbito pol�tico-jur�dico no es m�s que una figura literaria � que, tomada al pie de la letra, resulta un completo nonsense.

 

Democracia es el nombre de un r�gimen pol�tico definido por la vigencia de ciertos derechos. Como tal, el t�rmino s�lo se aplica al Estado, nunca al ciudadano, a la sociedad civil o al sistema econ�mico, pues en todos los casos el guardi�n de esos derechos es el Estado y solamente �l. S�lo el Estado practica � o viola � la democracia. La sociedad civil vive en ella y se beneficia de sus derechos, pero no pueda hacer nada a favor o en contra de ella, excepto a trav�s del Estado. El hombre que oprime a su vecino no atenta contra �la democracia�, sino s�lo contra un derecho individual, que existe solamente porque tanto el oprimido como el opresor son ciudadanos de un Estado democr�tico: la democracia es el supuesto estatal de ese derecho, no el ejercicio del mismo por parte del Sr. fulano o zutano. Si ese derecho no existiese, o sea, si el Estado no lo reconociese, ser�a antidemocr�tico no el opresor individual sino el Estado. Cuando se dice que un ciudadano �practica la democracia� porque respeta tales o cuales derechos, el uso de la palabra es rigurosamente meton�mico: no es la acci�n individual en s� misma la que es democr�tica, sino el marco jur�dico y pol�tico que la autoriza o la determina.

 

De igual modo, si una empresa decide nivelar las diferencias salariales de los empleados que desempe�an funciones id�nticas, no est� �practicando la democracia�, sino s�lo poniendo en pr�ctica un derecho que existe porque el Estado democr�tico lo garantiza. Y si dicha empresa hiciese eso mismo fuera de un Estado democr�tico, no por eso estar�a implantando una democracia, por el simple motivo de que act�a por iniciativa aislada, incapaz, por s� misma, de establecer derechos. Democr�tico o antidemocr�tico lo es el Estado y solamente el Estado; los ciudadanos y los grupos sociales son s�lo obedientes o desobedientes al orden democr�tico. La democracia no es m�s que el orden pol�tico y jur�dico en el que ciertos actos son posibles � y decir que esos actos son �democr�ticos� es tomar lo condicionado por la condici�n que lo posibilita: es metonimia.

 

Pero el error en que incurre quien toma literalmente en serio expresiones como �democracia econ�mica� o �democracia social� va mucho m�s all� de un mero desliz sem�ntico. Pues la transposici�n de la idea democr�tica a otros campos fuera del pol�tico-jur�dico, en vez de ampliar a esos dominios los beneficios que la democracia garantiza en su dominio propio, lo que hace s�lo es ampliar el dominio pol�tico-jur�dico: todo se convierte en objeto de ley, todo queda al alcance de la mano de la autoridad. Sin embargo, la democracia, por esencia, consiste precisamente en limitar el radio de acci�n del gobernante: ampliarla es destruirla.

 

De ah� que la victoria mundial de la idea democr�tica conlleve la tentaci�n suicida de democratizarlo todo, que, en resumidas cuentas, es politizarlo todo, d�ndole al que tiene el poder pol�tico un poder ilimitado sobre todos los dem�s �mbitos y esferas de la vida. S�lo por un espejismo verbal se puede imaginar una �democracia sexual�, por ejemplo, como un para�so libertario: el sometimiento de la vida sexual a los criterios democr�ticos es la universal invasi�n de la privacidad � y ese sumo-pont�fice de la democracia ilimitada, que es el Sr. Bill Clinton, est� finalmente sintiendo en su carne los efectos de su propia brujer�a.

 

El remedio para los males de la democracia no est� en m�s democracia: est� en reconocer que la democracia no es el remedio de todos los males.