Muerte a los reaccionarios

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 10 de diciembre de 1998

Durante alg�n tiempo, cre� que llamar a los dem�s �reaccionarios� era la manifestaci�n de un impulso clasificatorio primitivo, una forma incipiente del pensamiento categorial observada en los estratos inferiores de la evoluci�n biol�gica. La divisi�n del mundo en reaccionarios y progresistas indicaba, seg�n esa hip�tesis, el dualismo invencible de la percepci�n del mundo en los animales dotados s�lo de dos neuronas, una en contra y una a favor, percibi�ndose a veces la presencia de una tercera encargada de paralizar, en caso de duda, toda actividad cerebral.

Hoy tengo que refutar mi propia teor�a. Por muy elemental y tosca que sea, la acci�n clasificatoria manifiesta ya la capacidad de referencia a un objeto externo. Pues bien, esta capacidad no puede estar presente en criaturas que todav�a no han superado el narcisismo primigenio de las amebas y de los protozoos, cuya cosmovisi�n herm�ticamente ombligo-c�ntrica no tiene nada que manifestar a no ser expresiones de su propio estado interior, reduci�ndose por tanto su repertorio cognitivo a dos juicios, el primero de los cuales afirma: ��Qu� delicia!�, y el segundo declara: ��Ay, me duele!�

En la c�lebre clasificaci�n de Karl B�hler de las tres funciones del lenguaje, el citado acto de calificaci�n no tiene nada que ver, por tanto, con la funci�n denominadora � que describe y cataloga objetos y estados del mundo �, sino s�lo con la funci�n expresiva, que manifiesta el estado del sujeto parlante y que no afirma nada a no ser sobre �l mismo.

Pero hay que admitir que la tercera funci�n enumerada por B�hler, la funci�n apelativa, en la que el emisor utiliza el lenguaje para actuar sobre sus semejantes, intimid�ndolos o estimul�ndolos, no est� del todo ausente en el mencionado procedimiento, y que, tal vez, incluso ejerza en �l el papel preponderante. Prueba de ello es que, cuando uno de esos animales llama reaccionario a alguien, el efecto que produce en los oyentes es infalible y autom�tico, independientemente de que el mencionado ep�teto sea inadecuado, tanto en relaci�n a su objeto, como a la correcta expresi�n del sentimiento del emisor. El ep�teto �reaccionario�, proferido por un miembro de la especie �progresista� (nombre cient�fico: Homo adorabilis, normalmente traducido por �persona maravillosa�), a veces no dice nada sobre el objeto ni sobre el sujeto, pero indica la alta probabilidad de que, acto seguido, la horda azuzada por semejante est�mulo se precipitar� sobre el objeto para hacerlo a�icos. El mensaje, en definitiva, convoca a la tribu a una operaci�n de linchamiento, y raramente lo hace sin obtener un resultado positivo. Durante d�cadas, el grito ��Reaccionario!�, proferido ante p�blicos sensibles, ha ejercido sobre �stos un efecto electrizante instant�neo, desencadenando la inmediata acci�n correctiva que extirpar� del reino de los vivos a la criatura que haya tenido la mala suerte de haber sido designada con ese ep�teto.

Pero la amplia comprobaci�n del poder mort�fero de ese expediente ling��stico, constituida por cien millones de reaccionarios asesinados en este siglo, en vez de sugerir a los usuarios de la expresi�n la conveniencia de usarla con extrema moderaci�n, o incluso de suprimirla por completo del arsenal pol�mico decente, no ha hecho m�s que despertar en ellos el deseo de usarla con mayor frecuencia todav�a, y hasta de ampliar su uso, originariamente pol�tico, a todos los campos de la actividad humana, denunciando la presencia de reaccionarios tras toda clase de matorrales art�sticos, religiosos, cient�ficos y filos�ficos.

En la actual campa�a para la limpieza del vocabulario, que pretende suprimir las palabras que tienden a despertar odio colectivo, la selecci�n de los t�rminos prohibidos deber�a extirpar en primer lugar los de mayor eficacia homicida comprobada, y, de �stos, ninguno supera a la palabra �reaccionario�: el total de v�ctimas en los grupos perseguidos por todos los dem�s motivos juntos (raza, religi�n, sexo, etc.) no llega ni siquiera a un quinto del total de personas asesinadas acusadas de reaccionarismo. Sin embargo, la propia campa�a para la exclusi�n de las palabras que presuntamente suscitan odio se presenta, orgullosamente, como una caza mundial a los reaccionarios. Una vez m�s, en la gloriosa historia de la modernidad, el asesino se pone la toga de juez y con su dedo acusador se�ala a sus v�ctimas.