�Qu� es ser socialista?

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 28 de octubre de 1999

 

 

El socialismo ha matado a m�s de 100 millones de disidentes y ha sembrado el terror, la miseria y el hambre en un cuarto de la superficie de la Tierra. Ni siquiera sumando todos los terremotos, huracanes, epidemias, tiran�as y guerras de los �ltimos cuatro siglos producir�an unos resultados tan devastadores. Esto es un hecho puro y simple, al alcance de cualquier persona capaz de consultar El libro negro del comunismo y de hacer un c�lculo elemental.

 

Pero, como lo que determina nuestras creencias no son los hechos sino las interpretaciones, siempre le queda al socialista devoto el subterfugio de explicar esa formidable sucesi�n de calamidades como efecto de azares fortuitos sin relaci�n con la esencia de la doctrina socialista, que, inmune a toda la miseria de sus realizaciones, conservar�a, de ese modo, la belleza y la dignidad de un ideal superior.

 

�Hasta qu� punto ese alegato es intelectualmente respetable y moralmente admisible?

 

El ideal socialista es, en esencia, la atenuaci�n o eliminaci�n, mediante el poder pol�tico, de las diferencias de poder econ�mico. Pero nadie puede arbitrar eficazmente diferencias entre el m�s poderoso y el menos poderoso sin ser m�s poderoso que ambos: el socialismo tiene que concentrar un poder capaz no s�lo de imponerse a los pobres, sino tambi�n de enfrentarse victoriosamente al conjunto de los ricos. Por consiguiente, no le es posible nivelar las diferencias de poder econ�mico sin crear desigualdades de poder pol�tico todav�a mayores. Y como la estructura de poder pol�tico no se aguanta en el aire, sino que cuesta dinero, no se ve c�mo el poder pol�tico podr�a subyugar al poder econ�mico sin absorberlo en s� mismo, tomando las riquezas de los ricos y administr�ndolas directamente. De ah� que en el socialismo, exactamente al contrario de lo que pasa en el capitalismo, no hay diferencia entre el poder pol�tico y el dominio sobre las riquezas: cuanto m�s alta sea la posici�n de un individuo y de un grupo en la jerarqu�a pol�tica, m�s riqueza estar� a su entera y directa disposici�n: no habr� clase m�s rica que la de los gobernantes. As� pues, las desigualdades econ�micas no s�lo habr�n aumentado necesariamente, sino que, consolidadas por la unidad del poder pol�tico y del poder econ�mico, se habr�n vuelto imposibles de eliminar, excepto mediante la destrucci�n completa del sistema socialista. Y ni siquiera esta destrucci�n resolver� ya el problema, porque, al no haber m�s clase rica que la de la nomenklatura, �sta conservar� el poder econ�mico en sus manos, cambiando simplemente de legitimaci�n jur�dica y auto-denomin�ndose, ahora, clase burguesa. La experiencia socialista, cuando no se congela en la oligarqu�a burocr�tica, se disuelve en el capitalismo salvaje. Tertium non datur. El socialismo consiste en la promesa de obtener un resultado a trav�s de medios que producen necesariamente el resultado inverso.

 

Basta comprender eso para darse cuenta, inmediatamente, de que la aparici�n de una elite burocr�tica dotada de poder pol�tico tir�nico y de riqueza multimillonaria no es un accidente en el proceso, sino la consecuencia l�gica e inevitable del principio mismo de la idea socialista.

 

Este raciocinio est� al alcance de cualquier persona medianamente dotada, pero, dado que las mentes m�s d�biles tienen una cierta propensi�n a creer m�s en los deseos que en la raz�n, a�n se les podr�a perdonar a esas criaturas que hubiesen cedido a la tentaci�n de probar fortuna en la loter�a de la realidad, apostando por el azar en contra de la necesidad l�gica.

 

Eso, aunque es inmensamente cretino, es humano. Lo que humanamente es una burrada es insistir en querer aprender por propia experiencia, cuando hemos sido dotados de raciocinio l�gico precisamente para poder reducir la cantidad de experiencia necesaria para el aprendizaje.

 

Lo que no es humano de ninguna manera es rechazar a la vez la lecci�n de la l�gica que nos muestra la auto-contradicci�n de un proyecto y la lecci�n de una experiencia que, para redescubrir lo que la l�gica ya le ha ense�ado, ha matado a 100 millones de personas.

 

Ning�n ser humano intelectualmente sano tiene derecho a apegarse tan obstinadamente a una idea hasta el punto de exigir que la humanidad sacrifique, en el altar de sus promesas, no s�lo la inteligencia racional, sino hasta el instinto de supervivencia.

 

Semejante incapacidad o rechazo de aprender denuncia, en la mente del socialista, el rebajamiento voluntario y perverso de la inteligencia a un nivel infrahumano, la renuncia consciente a la capacidad de discernimiento b�sico que es la condici�n misma de la humanidad del hombre. Ser socialista es negarse, por orgullo, a asumir las responsabilidades de una conciencia humana.