El texto sin mundo

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 2 de septiembre 1998

Un hombre que decidiese dilapidar su fortuna en champagne, cruceros mar�timos y carreras de caballos estar�a haciendo algo inequ�vocamente est�pido por medios inequ�vocamente elegantes. Este ejemplo ilustra la idea de que la elegancia de los medios no tiene nada que ver con el valor de los fines. Dicha idea, aplicada a las teor�as hermen�uticas de moda en nuestro ambiente universitario, nos ense�a que una teor�a perfectamente idiota puede ser expuesta por medio de razonamientos sumamente elegantes que le den aires de alta sabidur�a

Muchas de esas teor�as, las que van desde el estructuralismo al desconstruccionismo, se basan en el presupuesto de que el conocimiento objetivo de un texto consiste en enfocarlo �en s� mismo�, como objeto a ser descrito y analizado, sin ninguna referencia a significados exteriores.

Pero, para probar que es posible explicar un texto �en s� mismo� y sin referencia a ning�n objeto exterior, ser�a necesario demostrar, primero, que ese texto efectivamente no remite a un objeto exterior, que es efectivamente un universo cerrado, completo y auto-explicable. En caso contrario, la hip�tesis de la clausura textual ser�a ella misma un texto clausurado que no se referir�a a ning�n objeto, es decir, que no tendr�a nada que ver ni remotamente con el texto que pretende analizar.

Ser�a necesario aclarar, a continuaci�n, si el autor del texto se dio cuenta o no de estar escribiendo acerca de nada o si, por el contrario, se hac�a la ilusi�n de estar refiri�ndose a algo, es decir, si estaba radicalmente enga�ado respecto a la �ndole de su propio escrito, que s�lo ser� revelada por nosotros. En esta �ltima hip�tesis, ser�a necesario presentar alg�n fundamento razonable de nuestra pretensi�n de conocer el nexo interior de un texto mejor de lo que fue necesario para producirlo.

Ser�a necesario, adem�s, demostrar c�mo ha sido posible que nuestra explicaci�n, a su vez, no haya constituido un todo cerrado, y que, teniendo por objeto otro texto, haya escapado milagrosamente a la ley de la clausura textual que ella misma proclama.

Como esas condiciones nunca se realizan ni siquiera hipot�ticamente, por imposibilidad absoluta de concebirlas de modo simult�neo sin auto-contradicci�n l�gica, los adeptos de la teor�a del texto clausurado han recurrido al expediente de alegar que un texto se refiere a otro texto que se refiere a otro texto y as� hasta el infinito, de modo que el conjunto de los textos s�lo habla de s� mismo sin llegar jam�s a referirse a un objeto verdaderamente exterior. Concediendo que el texto no es un todo clausurado, aseguran que el mundo textual en su conjunto s� que lo es.

Pero eso no mejora lo m�s m�nimo la situaci�n, porque un texto no es otro texto, y har�a falta explicar c�mo un texto puede tener por objeto otro texto sin la mediaci�n de algo que no es texto, como por ejemplo los ojos del lector, el papel o, en el caso de la lectura en voz alta, el aire. En resumidas cuentas, los textos no leen textos.

Evidentemente el �clausurista� fan�tico podr�a objetar que esa mediaci�n no es m�s que la condici�n exterior de la existencia de los textos y que no tiene nada que ver con su significado, pero, esa afirmaci�n a su vez, al distinguir entre lo que es y lo que no es texto, habla de algo que no es texto. Esa afirmaci�n escapa, por tanto, a la regla que proclama. Entonces, o admitimos que esa afirmaci�n no es texto, aunque pueda ser hecha por escrito, o admitimos que al menos un texto, es decir, precisamente el que nuestro �clausurista� acaba de escribir, escapa a la ley universal de la clausura textual � y que nos coloca en la desagradable coyuntura de tener que justificar teor�ticamente esa m�gica excepci�n.

Para explicar, en definitiva, el prestigio hipn�tico de esas teor�as, no queda sino la hip�tesis de que la imposibilidad misma de encontrar ah� alg�n sentido razonable contribuya a fijar en ellas, como en un rompecabezas indefinidamente auto-renovable, la atenci�n del lector. Como la b�squeda de soluci�n de lo que no tiene soluci�n es un movimiento masturbatorio que excita el deseo y la fantas�a en progresi�n geom�trica a medida que aumenta la intensidad de la dedicaci�n, y viceversa, en seguida el lector entra en un estado de alteraci�n que, con un poco de buena voluntad, ser� considerado como se�al de inteligencia. Y como, en fin, ese estado es compartido por miles de personas dedicadas por oficio universitario a ese g�nero de pr�cticas, acaba form�ndose entre ellas algo as� como un campo sem�ntico especial, semejante al de los drogadictos o al de los aficionados a los OVNIs, que en virtud de la inter-confirmaci�n de sus vicios verbales, produce en ellos el sentimiento de saber de qu� est�n hablando � como si fuese posible, seg�n su teor�a, hablar de algo.

Una buena parte de nuestra actividad universitaria en el dominio de las ciencias humanas consiste precisamente en eso y en nada m�s.