La victoria del m�s apto
Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 30 de abril de 1998
Las burradas que han circulado por ah� sobre el "darwinismo social" son de tal naturaleza que sugieren que el hombre no s�lo viene del mono, sino que casi llega a codearse, en inteligencia, con ese ingenioso antepasado suyo.
Se usa esa expresi�n, sistem�ticamente, en un contexto en el que designa la competitividad capitalista brutal, que aplastar�a a los m�s peque�os si no fuesen socorridos, a tiempo, por el igualitarismo marxista.
El socialismo aparece ah� como la ant�tesis por excelencia de la struggle for life, como la llamada celeste a la soluci�n fraternal de los conflictos que, aboliendo la competencia natural, establecer� sobre la Tierra la igualdad contractual de los d�biles y de los fuertes.
Karl Marx, por desgracia, no estaba de acuerdo con esto. Entusiasta del evolucionismo, propuso a Darwin (quien modestamente rechaz� la oferta) dedicarle la segunda edici�n de El Capital, y ve�a en la lucha de clases el equivalente hist�rico exacto de la selecci�n natural. A su entender, nada ilustrar�a de manera m�s elocuente la "supervivencia de los m�s aptos" que la futura victoria del proletariado sobre la burgues�a, especie condenada a la extinci�n por su incapacidad de ajustarse evolutivamente al desarrollo de los medios de producci�n.
El paralelismo no se qued� en mera teor�a. Tras la victoria de la Revoluci�n de Octubre, el evolucionismo fue integrado a la doctrina oficial del Estado sovi�tico, con la misi�n de justificar cient�ficamente la extinci�n sistem�tica de los disidentes, de los alienados y de los in�tiles.
M�s tarde, la ideolog�a que asocia el cambio revolucionario con el �xito y con la salud fue llevada a sus �ltimas consecuencias, cuando los enemigos del r�gimen empezaron a ser tratados como enfermos mentales: sometidos por la fuerza a inyecciones de haloperidol, que tanto calman a los que deliran como perturban a los sanos, acababan mostrando s�ntomas delirantes que hac�an necesario suministrarles m�s inyecciones de haloperidol - lo que demuestra bien a las claras la infalibilidad de la medicina evolucionista.
Fuera y antes del mundo comunista, hubo algunos doctrinarios que intentaron asociar la selecci�n del m�s apto con la competencia comercial y buscar en ella un argumento para legitimar la explotaci�n imperialista de los pueblos m�s d�biles. Pero esa corriente encontr� siempre una fuerte oposici�n, sobre todo por parte de los conservadores, que ve�an en la competencia capitalista una "selecci�n inversa" que primaba, no a los mejores, sino a los peores y a los m�s descarados. Fue tambi�n abominada por los m�s importantes artistas y escritores, como Tolstoi y Flaubert, a quienes repugnaba una �tica de alpinistas sociales. Finalmente, fue taxativamente condenada por la Iglesia, que, rechazando el darwinismo tout court, no ten�a c�mo tragarse sus corolarios pol�tico-ideol�gicos. As� pues, el darwinismo social, en los pa�ses capitalistas, s�lo fue una idea entre otras, jam�s hegem�nica, y sobre todo nunca fue elevada al status de doctrina del Estado.
Los �nicos lugares del mundo donde fue apadrinada oficialmente por el culto estatal fueron, por un lado, la Alemania nazi, por otro, los pa�ses comunistas. Esos dos totalitarismos entend�an la Historia, substancialmente, como una competencia darwiniana entre las especies. La diferencia era s�lo de matiz: para los nazis, "especie" quer�a decir "raza"; para los comunistas, "clase". El m�todo para realizar la supervivencia de los m�s aptos, en ambos casos, era el mismo: matar a los ineptos.
Para mayor gloria de la teor�a darwiniana, hubo hasta una competencia evolutiva entre los dos evolucionismos estatales. La competici�n dej� claro, sin lugar a duda, que el m�s apto era el comunismo: matando m�s gente, sobrevivi� m�s tiempo. Y, mientras el nazismo se encuentra hoy sepultado bajo toneladas de pel�culas, libros y peri�dicos que lo han marcado para siempre con el estigma del horror y de la monstruosidad, su contrincante victorioso a�n disfruta, despu�s de oficialmente extinto, de una honrada vida-extra espiritual en las personas laureadas de sus portavoces acad�micos y eclesi�sticos, en cuya conducta intelectual nadie parece ver nada de especialmente indecoroso. Si esto no prueba el darwinismo, prueba por lo menos la reencarnaci�n.
Pero, si menciono a los eclesi�sticos, no es por casualidad. Para hacerse una idea de hasta qu� punto la fuerza darwiniana del comunismo super� la capacidad de supervivencia de su adversario, basta prestar atenci�n al hecho siguiente: mientras la Iglesia cat�lica se somete hoy a un abyecto mea culpa ante los medios de comunicaci�n por "no haber combatido vigorosamente al nazismo" - imitando a los acusados de los Procesos de Mosc� que, para parecer buenos chicos, confesaban cr�menes que no hab�an cometido -, el clero cat�lico no parece haber sentido ninguna verg�enza por el "pacto de Metz", gracias al cual, mediante la promesa de no hacer en las declaraciones oficiales del Concilio Vaticano II ninguna denuncia concreta contra el r�gimen comunista, que hasta entonces ya hab�a matado a 100 millones de personas, se obtuvo para ese divino c�nclave el aplauso un�nime de los medios de comunicaci�n elegantes, que hasta hoy resuena en nuestros o�dos como un himno de amor a la hipocres�a universal. Tambi�n la Iglesia, finalmente, evolucion�.