El imb�cil juvenil
Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 3 de abril de 1998
He cre�do ya en muchas mentiras, pero hay una a la que siempre he sido inmune: la que exalta la juventud como una �poca de rebeld�a, de independencia, de amor a la libertad. No he dado cr�dito a esa sandez ni siquiera cuando, siendo yo joven, me lisonjeaba. Todo lo contrario, desde muy pronto me impresionaron enormemente, en la conducta de mis compa�eros de generaci�n, el esp�ritu de reba�o, el temor al aislamiento, el servilismo a la voz cantante, el ansia de sentirse iguales y aceptados por la mayor�a c�nica y autoritaria, la disposici�n de rendirse a todo, de prostituirlo todo a cambio de una insignificante plaza de ne�fito en el grupo de los �t�os guay�.
El joven, es cierto, se rebela muchas veces contra sus padres y profesores, pero es porque sabe que en el fondo est�n de su parte y jam�s responder�n a sus agresiones con fuerza total. La lucha contra los padres es una comedia, un juego de naipes marcados en el que uno de los contrincantes lucha por vencer y el otro por ayudarle a vencer.
Muy diferente es la situaci�n del joven ante los de su generaci�n, que no tienen con �l las condescendencias del paternalismo. En vez de protegerle, esa masa ruidosa y c�nica recibe al novato con un desprecio y una hostilidad que le hacen ver, en seguida, la necesidad de obedecer para no sucumbir. De sus compa�eros de generaci�n es de donde adquiere la primera experiencia de enfrentamiento con el poder, sin la mediaci�n de esa diferencia de edad que da derecho a descuentos y atenuantes. Es el reino de los m�s fuertes, de los m�s descarados, el que se afianza con toda su crudeza sobre la fragilidad del reci�n llegado, imponi�ndole pruebas y exigencias antes de aceptarlo como miembro de la horda. A cu�ntos ritos, a cu�ntos protocolos, a cu�ntas humillaciones se somete el postulante, para escapar de la perspectiva aterradora del rechazo, del aislamiento. Para no ser devuelto, impotente y humillado, a los brazos de su madre, tiene que aprobar un examen que le exige menos valor que flexibilidad, que capacidad de amoldarse a los caprichos de la mayor�a - la supresi�n, en definitiva, de la personalidad.
Es cierto que se somete a eso con placer, con el anhelo de un apasionado que har� de todo a cambio de una sonrisa condescendiente. La masa de los compa�eros de generaci�n representa, en resumidas cuentas, el mundo, el gran mundo en el que el adolescente, emergiendo del peque�o mundo dom�stico, pide la entrada. Y la entrada cuesta cara. El candidato debe, en seguida, aprender todo un vocabulario de palabras, de gestos, de miradas, todo un c�digo de se�as y s�mbolos: el m�nimo fallo le expone al rid�culo, y la regla del juego es generalmente impl�cita, teniendo que ser adivinada antes que conocida, copiada antes que adivinada. El modo de aprendizaje es siempre la imitaci�n - literal, servil y sin discusi�n. La entrada en el mundo juvenil dispara a toda velocidad el motor de todos los desvar�os humanos: el deseo mim�tico del que habla Ren� Girard, en el que el objeto no atrae por sus cualidades intr�nsecas, sino por ser simult�neamente deseado por otro, al que Girard llama el mediador.
No es de extra�ar que el rito de entrada en el grupo, al costar una inversi�n psicol�gica tan elevada, acabe por llevar al joven a la completa exasperaci�n impidi�ndole, al mismo tiempo, descargar de vuelta su resentimiento sobre el grupo mismo, objeto de amor que se oculta y que por eso tiene el don de transfigurar cada impulso de rencor en un nueva embestida amorosa. �Hacia d�nde se revolver�, entonces, el rencor sino hacia la direcci�n menos peligrosa? La familia surge como el chivo expiatorio providencial de todos los fracasos del joven en su rito de transici�n. Si no logra ser aceptado en el grupo, lo �ltimo que se le ocurrir� es achacar la culpa de su situaci�n a la fatuidad y al cinismo de quienes le rechazan. En una cruel inversi�n, la culpa de sus humillaciones no ser� atribuida a los que se niegan a aceptarlo como hombre, sino a los que lo aceptan como ni�o. La familia, que le ha dado todo, pagar� por las maldades de la horda que se lo exige todo.
A eso es a lo que se reduce la famosa rebeld�a del adolescente: amor al m�s fuerte que le desprecia, desprecio al m�s d�bil que le ama.
Todas las mutaciones se dan en la penumbra, en la zona indistinta entre el ser y el no-ser: el joven, en tr�nsito entre lo que dej� de ser y lo que no es todav�a, es, por desgracia, inconsciente de s� mismo, de su situaci�n, de las autor�as y de las culpas de cuanto pasa dentro y alrededor de �l. Sus juicios son casi siempre la completa inversi�n de la realidad. �se es el motivo por el que la juventud, desde que la cobard�a de los adultos le dio autoridad para mandar y desmandar, ha estado siempre a la vanguardia de todos los errores y perversidades del siglo: nazismo, fascismo, comunismo, sectas pseudo-religiosas, consumo de drogas. Son siempre los j�venes los que est�n un paso al frente en la direcci�n de lo peor.
Un mundo que conf�a su futuro al discernimiento de los j�venes es un mundo viejo y cansado, que ya no tiene ning�n futuro.