Izquierda inteligente
Jornal da Tarde, 19 de febrero de 1998
Si la izquierda ha conquistado la hegemon�a cultural en este pa�s, no ha sido s�lo mediante sucias trampas � ocupaci�n forzada de espacios en los medios de comunicaci�n, lisonjeo mutuo entre sus pr�ceres, control ideol�gico, etc. Ha sido tambi�n por m�rito. En la d�cada de los 60, cuando empez� la etapa decisiva de su escalada, la izquierda pensante estaba en su mejor forma. Una corriente ideol�gica s�lo llega a ser la expresi�n leg�tima de su tiempo cuando se mantiene un poco por encima de �l y consigue ver la l�nea de su horizonte. En aquella �poca, la izquierda ten�a una visi�n global, lograba dar al panorama del mundo la inteligibilidad de un sentido. Hoy la izquierda ha perdido la unidad de sentido y el control intelectual de los datos: ya no entiende nada, no sabe d�nde est� y se agita en la obscuridad como una rata prisionera en una cloaca. Su �nica certeza es el odio irracional que siente por lo que no comprende. En su empe�o por preservar a la fuerza una hegemon�a que se est� convirtiendo a toda velocidad en un mero simulacro, la izquierda dispara en todas direcciones, con la vana esperanza de que su impotencia te�rica pueda ser compensada por una ret�rica de insultos y de recursos moralistas.
No todo, sin embargo, es bajeza y estupidez en el templo del izquierdismo ilustrado. A�n se pueden apreciar all� algunas se�ales de vida inteligente y de nobleza de esp�ritu, y la m�s luminosa de ellas � precisamente la m�s despreciada por la masa de los intelectuales militantes � es la obra de Roberto Mangabeira Unger. Es demasiado extensa como para poder ser analizada aqu�, y por eso me limito a llamar la atenci�n sobre uno de sus muchos m�ritos, en el que se manifiesta tambi�n su limitaci�n intr�nseca.
En su libro Conocimiento y pol�tica, publicado en 1978 por la editora �Forense� y que a�n no ha suscitado la atenci�n que merece, Unger critica las premisas psicol�gicas sobreentendidas en las teor�as pol�ticas que fundamentan al liberalismo capitalista. Tales premisas, seg�n �l, implican una visi�n dualista que separa tr�gicamente la raz�n y el sentimiento, lo p�blico y lo privado, las exigencias del orden social y las necesidades interiores del hombre.
Al desvelar esas premisas psicol�gicas, Unger demuestra una gran capacidad para aprehender las intenciones fundamentales que subyacen tras una variedad inmensa de ideas y de acontecimientos. Es muy seria, tambi�n, la cr�tica que hace de la mutilaci�n espiritual que esas premisas imponen al ser humano.
Pero sus tiros pasan a muchos metros del blanco cuando supone que esa cr�tica se puede aplicar, por extensi�n y mutatis mutandis, al liberalismo como pr�ctica social. Ni por un momento parece darse cuenta de que la misma pr�ctica puede ser sustentada � y de hecho lo ha sido � a partir de premisas psicol�gicas completamente distintas e incluso opuestas. En verdad, una pr�ctica exitosa no siempre es una prueba de la teor�a que la legitima, sino que puede ser el resultado de causas advenedizas no previstas por la teor�a.
El sistema pol�tico ingl�s, por ejemplo, no es una translaci�n pura y llana de las ideas liberales, sino el resultado del injerto de las mismas en un tronco muy antiguo, cuya savia brota de tradiciones religiosas medievales a las que el liberalismo, en teor�a, era francamente hostil.
Del mismo modo, el sistema norteamericano jam�s fue reflejo del puro e incontaminado liberalismo de la teor�a, sino que, por el contrario, fue s�lo el resultado de su fusi�n con un legado religioso profundamente conservador y tradicionalista, cuyas premisas psicol�gicas son radicalmente opuestas a las que Unger indica como caracter�sticas del liberalismo. Ser�a interesante que �l analizase, por ejemplo, el transcendentalismo de Emerson o la "�tica de la lealtad" de Josiah Royce, y se preguntase c�mo elementos tan extra�os al mencionado dualismo pudieron integrarse tan �tilmente en la ideolog�a del capitalismo norteamericano.
A pesar de la profundidad de la mirada que Mangabeira Unger lanza sobre el subconsciente moral del capitalismo, no escapa a las limitaciones inherentes a lo que voy a llamar raz�n progresista: la confusi�n entre ideal y futuro, que, al atribuir a un futuro indeterminado � y por tanto necesariamente siempre aplazado � el prestigio y la autoridad de lo supra-temporal, se arroga el derecho de poder juzgarlo todo seg�n una norma tanto m�s dogm�tica y auto-fundamentada cuanto m�s mutable y resbaladiza.
Unger emprende su cr�tica al liberalismo bas�ndose en gran parte en la tendencia progresista y no con plena imparcialidad. Esa cr�tica es ideol�gica en el sentido restrictivo del t�rmino, es decir, ampl�a de manera desproporcionada ciertos aspectos de su objeto y disminuye otros, no por motivos de mero �nfasis pedag�gico o como figura del lenguaje, sino en vistas a un resultado pol�tico.
El propio liberalismo, como teor�a y propuesta de reforma pol�tica, no fue m�s que un momento del perpetuo deslizamiento progresista, momento que fue "superado" cuando inevitablemente surgieron nuevas cr�ticas y nuevas propuestas, para atribuir al liberalismo las culpas que �ste, a su vez, hab�a atribuido a su antecesor en la serie. La propuesta de Mangabeira Unger es un momento posterior del mismo proceso, un nuevo aplazamiento del ajuste de cuentas entre las ideas y sus consecuencias pr�cticas.