El huevecito de la serpiente
Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 5 de febrero de 1998
En Estados Unidos, en Inglaterra, en Suecia, hay organizaciones nazis reconocidas � militantes, activas, armadas. Nunca una sola de ellas ha salido en los titulares de los principales peri�dicos. David Duke, el l�der nazi que casi lleg� a ser candidato a la Presidencia norteamericana, jam�s ha salido en letra tama�o 120 en la primera p�gina del New York Times, del Washington Post o del Washington Times.
En Brasil no existe ninguna militancia nazi, excepto en los manicomios. �ste es un pa�s en el que hasta los cl�sicos de la literatura acusados de simpat�a nazi fueron expulsados del mercado editorial desde hace d�cadas sin que nadie los eche en falta. Es un pa�s en el que, en definitiva, el nazismo no es m�s que un evanescente recuerdo de una pesadilla lejana, perdida en las brumas del pasado. Pues bien: en este pa�s, ocho adolescentes que en una redacci�n escolar expresan un vago aprecio por la figura hist�rica de Adolf Hitler no solamente se convierten en noticia destacada, sino que suscitan una oleada nacional de advertencias apocal�pticas contra la amenaza nazi. Le�da por un observador desinformado, la reacci�n de la prensa brasile�a al caso de la Escuela Militar de Porto Alegre produce la inequ�voca impresi�n de que hordas de camisas-pardas est�n a punto de iniciar la marcha sobre el Palacio del Planalto.
Pero, cuando reacciones de pavor hist�rico ante lo imaginario coexisten en una misma alma con la tranquilidad ol�mpica ante otro peligro, �ste s� real e inminente, entonces cabe preguntar: �se trata de locura o de m�todo? La casi totalidad de los portavoces del alarmismo anti-nazi est� formada por periodistas e intelectuales de izquierda que ven con serena simpat�a la anunciada invasi�n de ministerios, bancos y edificios privados por parte de los militantes armados del Movimiento de los Sin-Tierra (MST). La estrategia maliciosa es m�s que evidente. La izquierda mundial siempre intent� endilgar el socialismo como la �nica alternativa al nazismo (�como si �ste no fuese un socialismo!). La propuesta indecente � "o ellos o nosotros" � brota casi autom�ticamente de los labios izquierdistas siempre que surge un peligro nazi en el horizonte. La novedad que la izquierda brasile�a acaba de introducir en ese c�nico jueguecito consiste en elevarlo al colmo de la desfachatez: como no hay un peligro nazi que sirva de arma de chantaje, se inventa uno. Con ese fin, un episodio que casi no proporcionar�a materia para una cr�nica de semanario de provincias, se exagera hasta la demencia, transform�ndolo en titular de los grandes diarios de las capitales. Se crea la noticia de la nada, como Dios al hacer el mundo.
El fallecido Jean Mell�, virtuoso del esc�ndalo, logr� el �xito de Noticias Populares con ese m�todo. Al no obtener de la Red Record una informaci�n precisa sobre el hotel en el que estaba hospedado el �dolo m�ximo de la "Joven Guardia" en Nueva York durante un viaje de turismo, mand� imprimir a ocho columnas: "�Roberto Carlos ha desaparecido!" Las fans, desechas en l�grimas, hicieron fila en los quioscos. Lo mismo lograba hacer el viejo Chagas Freitas en El D�a y La Noticia. �Que una trabajadora se hab�a sentido indispuesta tras comer un perrito caliente? Titular: "Perro hace da�o a una chica." Se trata de jugar con las palabras para cambiar, tanto el sentido, como la dimensi�n de los acontecimientos.
La clase period�stica, que tanto se ufana de su capacidad de autocontrol, no da la menor se�al de percibir que, cuando la gran prensa adopta los procedimientos de Jean Mell�, algo, de hecho, se ha podrido en la conciencia de los profesionales. Si todos se niegan a oler el hedor, es con la excusa edificante de que los altos objetivos pol�ticos de la operaci�n transfigurar�n milagrosamente la porquer�a en algo sublime. Todos dan por supuesto que la lucha por el poder es m�s digna de estima que la lucha por el dinero. En nombre de la causa, se transforma en algo estupendo el tirar por la ventana los �ltimos escr�pulos de la �tica profesional.
Y los protagonistas de la farsa no son todos principiantes enga�ados. Zuenir Ventura, en una dram�tica media p�gina del Jornal do Brasil, quiere persuadirnos de que ve en el episodio de Porto Alegre un "huevo de serpiente". �Se habr� equivocado Zuenir? �Habr� perdido, en un trance de embriaguez ideol�gica, todo el sentido de las proporciones? No, un viejo zorro del periodismo no confunde tan ingenuamente los huevos de codorniz con los huevos de serpiente. No hay equ�voco: al denunciar a los chicos de Porto Alegre como culpables de "delincuencia mental" � f�jense bien en el t�rmino �, Zuenir deja bien clara su intenci�n de hacer del periodismo una "Polic�a del Pensamiento", directamente copiada del 1984 de George Orwell. Y si esa of�dica entidad, a�n extra-oficial, reina ya soberana sobre buena parte de la prensa brasile�a sin que nadie se atreva a oponerse a sus pretensiones (el presente art�culo jam�s ser�a aceptado en un peri�dico de Rio de Janeiro), �qu� no har� en el Brasil socialista de ma�ana, cuando sus servicios sean reconocidos y premiados por el Estado? La serpiente de Porto Alegre, adem�s de estar todav�a en estado de huevo, es un huevo hipot�tico y falso, un huevo de cart�n fabricado por una operaci�n mental artificiosa. Pero esta otra serpiente de la que estoy hablando ya sali� del cascar�n hace mucho tiempo, est� viva y goza de buena salud. No siempre est� visible, pero todo el mundo puede o�rla � y �sta es, precisamente, su peculiaridad: toda las serpientes ponen huevos, pero, cuando una de ellas empieza a cacarear, est� pasando algo muy extra�o. Y si, para explicar su ins�lito procedimiento, encima nos dice que el motivo de su histeria gallin�cea est� en el pavor que le inspira la mera visi�n de un huevecito, entonces, amigos m�os, es que algo est� tramando.
Por tanto, entre la hip�tesis de la locura y la del m�todo, opto por las dos. La explotaci�n met�dica de una locura inducida con fines pol�ticos es, en s� misma, locura del m�s alto grado. Es la locura fr�a, racional, de los revolucionarios dispuestos a justificar los medios por los fines, como si el uso de ciertos medios, una vez convertido en algo habitual, no empezase a determinar la naturaleza de los fines.