Dos notas de A�o Nuevo

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 8 de enero de 1998

 

 

Cuando un d�a se escriba la historia de nuestras deudas intelectuales, un cap�tulo muy extenso estar� dedicado al fil�sofo Romano Galeffi, nacido en Montevarchi, Italia, el 17 de noviembre de 1915, y muerto en Salvador (Bah�a) el primer d�a de este nuevo a�o.

 

Una de las cosas que hizo por nosotros, desde que se instal� en este pa�s en 1949, fue crear la asignatura de cr�tica de arte en nuestras universidades, primer paso para el reconocimiento de la profesi�n. Cuando m�s tarde se fund� una Asociaci�n Brasile�a de Cr�ticos de Arte y �l intent� inscribirse como socio, su registro fue rechazado durante un sin fin de a�os: oficialmente, Galeffi s�lo lleg� a ser "cr�tico de arte" un a�o y medio antes de morir.

 

Gallefi, miembro del Instituto Brasile�o de Filosof�a, catedr�tico de Est�tica de la Universidad Federal de Bah�a, represent� muchas veces a Brasil en congresos internacionales, con trabajos que revelaban la continua floraci�n creadora de su pensamiento, no abatida ni siquiera por las graves enfermedades que atormentaron sus �ltimos a�os. Fue un escritor fuerte, elocuente. Tradujo a un portugu�s deliciosamente italianizado, pero perfecto, un pensamiento que no pocas veces se elevaba hasta el m�s genuino arrebato espiritual. Su producci�n escrita, en la que destaca la mejor obra sobre Kant que se ha elaborado en este pa�s, siempre fue v�ctima de revisores imb�ciles que cambiaban "teleol�gico" por "teol�gico" y cosas por el estilo, obligando al autor a corregir ejemplar por ejemplar.

 

Galeffi estudi� con los principales fil�sofos italianos del siglo: Benedetto Croce, Giovanni Gentile, Franco Lombardi, Ugo Spirito. Ten�a especial predilecci�n por Croce, de quien fue disc�pulo, pero nunca repetidor pasivo. La filosof�a de Croce, en efecto, se agota en una pura metodolog�a de las "ciencias del esp�ritu", que �l subdivide en L�gica, Est�tica, �tica y Econ�mica, de acuerdo con las cuatro dimensiones mutuamente irreductibles en las que se proyecta el esp�ritu humano: lo verdadero, lo bello, lo bueno y lo �til. Galeffi se convirti� en un pensador original al dar el paso que su maestro no hab�a querido dar: argumentando que el esp�ritu no pod�a ser s�lo la suma de sus partes, conclu�a que la cuaternidad croceana hab�a dejado sobreentendida una quinta dimensi�n, la dimensi�n del esp�ritu propiamente dicho, la dimensi�n de la unidad. Con eso, la metodolog�a croceana adquir�a una profundidad metaf�sica ante la que el propio Croce hab�a retrocedido, temeroso de salirse del c�rculo de lo cultural y de lo hist�rico, que constitu�a el l�mite extremo de su pensamiento.

 

Casado con una cult�sima fil�loga, Galeffi fue adem�s el fundador de una familia de luchadores culturales, sin cuya actividad incansable el intercambio cultural Brasil-Italia no habr�a sido lo que fue. Los Galeffi siempre hicieron de su casa el punto de conexi�n casi obligatorio por el que entraban en Brasil profesores, escritores, artistas que tra�an a este pa�s la aportaci�n vitam�nica de una de las m�s poderosas culturas del mundo.

 

La Dra. Gina Galeffi, por su parte, sacrific� gran parte de su carrera cient�fica para dedicarse a los pobres y desabrigados de la ciudad de Salvador, desde una �poca en la que la caridad no era "pol�ticamente correcta" y s�lo ocasionaba al que la practicaba el desprecio de los pseudo-intelectuales de cuello estirado.

 

No voy a decir que Romano Galeffi haya muerto satisfecho. Ha muerto amargado, viendo el oscurecimiento injusto en el que hab�a ca�do su trabajo y maldiciendo la ingratitud mezquina que rodeaba a las obras sociales de su esposa.

 

Recibi� algunos homenajes, perfectamente merecidos, en los �ltimos anos. Pero nunca recibi� los dos �nicos homenajes que un hombre de pensamiento desea realmente: la edici�n decente de sus obras y la discusi�n seria de sus ideas.

 

Galeffi, cat�lico anticlerical - una combinaci�n muy italiana -, cre�a firmemente en la vida despu�s de la muerte. Muchos de nosotros tambi�n creemos. Pero eso no es motivo para dejar para la eternidad la reparaci�n de todas las injusticias. Hay algo, modesto, pero decisivo, que podemos hacer aqu� y ahora: confesar que no hemos sabido merecer a Romano Galeffi.

 

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El indefectible Dr. Emir Sader ya ha empezado el a�o informando a un mundo estupefacto de por qu� este pa�s perdi� la oportunidad de convertirse en algo maravilloso. Es que en 1964 el imperialismo yanqui tom� Brasilia y est� all� hasta el d�a de hoy, el muy malvado. Cuando yo ten�a 17 a�itos, los individuos que dec�an estas cosas me parec�an muy intelectuales. Mi sue�o era ser como uno de ellos cuando creciese. No me daba cuenta de que la conditio sine qua non para eso era, precisamente, no crecer. Personas como el Dr. Sader siguen siendo infantiles para poder proyectar sobre una imagen paterna negativa todo el mal que acarrean dentro de s�.

 

El imperialismo yanqui podr� habernos hecho alg�n da�o, �pero cu�l es su peso real en la producci�n de nuestro destino hist�rico? Basta comparar ese destino con el de un pa�s que se libr� de los gringos casi en la misma �poca en la que, seg�n el Dr. Sader, nosotros ca�amos bajo su dominio. Cuba no s�lo qued� exenta de la explotaci�n imperialista, sino que encima recibi�, durante 30 a�os, una ayuda anual sovi�tica de 6 mil millones de d�lares, y gan�, en medicinas y en alimentos, otros 400 millones de d�lares anuales enviados por los exilados cubanos de Miami, con lo que se convirti� en la primera dictadura del mundo alimentada por la generosidad de sus propias v�ctimas. Con todas esas condiciones excepcionalmente favorables, consigui� bajar, en la escala de los PNBs de Am�rica Latina, de los primeros a los �ltimos lugares. Para llegar a ese brillante resultado, el gobierno de Fidel fusil� al menos a 9 mil personas y, tras haber alcanzado en una determinada �poca la tasa record de 100 mil prisioneros pol�ticos, a�n ten�a, el a�o pasado, por lo menos 1.173, seg�n la ONU. Como se ve, ning�n pa�s necesita de la ayuda del imperialismo yanqui para convertirse en una estupenda porquer�a.