El origen de nuestra confusi�n

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 15 de octubre de 1998

 

 

La Independencia de Brasil, como la de las colonias espa�olas, s�lo fue una independencia desde el punto de vista jur�dico. Pol�tica y econ�micamente, s�lo pasamos de una �mbito de influencia a otro, en un episodio m�s del hist�rico golpe bajo que la corona brit�nica les dio a sus rivales ib�ricos.

 

Entre los fundadores del Pa�s, hab�a, claro est�, quien se esforzaba por conseguir una independencia m�s efectiva. Es el caso del gran Andrada, que lo primero que hizo fue aconsejar al Pa�s que no se endeudase con los grandes banqueros europeos, porque la deuda, afirmaba �l, nunca parar�a de crecer. Echamos a Andrada y hasta hoy estamos renegociando la deuda.

 

La pol�tica inglesa consist�a en incentivar rebeliones y reivindicaciones progresistas en las colonias y en las �reas de influencia ajenas, siempre fuera del alcance de las posibilidades reales de la econom�a local, para generar crisis y destruir la hegemon�a de los imperios rivales. Las naciones afectadas por esa pol�tica, forzadas por los ingleses a bailar a un ritmo que no pod�an seguir, desarrollaron un complejo cultural cr�nico, que es la contradicci�n de los valores b�sicos: si intentan adaptarse a las exigencias �ticas y pol�ticas de la civilizaci�n progresista, tienen que someterse a la potencia internacional y pierden su autonom�a; si quieren preservar la autonom�a, tienen que negar a sus ciudadanos los nuevos derechos creados por la sociedad m�s avanzada. De ah� que, en esas naciones, los gobiernos m�s democratizadores tiendan al �entreguismo� (JK), y los gobiernos nacionalistas al �autoritarismo� (Bernardes, Geisel). El reflejo de todo esto en la cultura y en la vida psicol�gica es un ambiente general de farsa e irrealidad, en el que todas las propuestas tienen alg�n enga�o secreto y en el que nadie puede decir plenamente lo que piensa, porque todos se sienten, en el fondo, culpables de inconsistencia.

 

M�s tarde, el centro activo de la transformaci�n mundial abandon� Europa y fue repartido entre los Estados Unidos y la Uni�n Sovi�tica; hoy parece estar volviendo a Europa Occidental. Pero no importa: son siempre los dem�s los que marcan nuestro ritmo y nos obligan a hacer unos cambios que, si ampl�an los derechos nominales de la poblaci�n, restringen la autonom�a nacional y, si ampl�an la autonom�a nacional, atrasan la evoluci�n de los derechos. Eso sucede hoy, por ejemplo, con mucha claridad, en la cuesti�n de la ecolog�a: o defendemos el inter�s nacional y nos volvemos ecol�gicamente �atrasados�, o adoptamos las nuevas normas ecol�gicas abdicando de nuestra soberan�a, como ocurre en las reservas ind�genas, donde las ONGs extranjeras campan a sus anchas mientras que un ciudadano brasile�o ni siquiera puede entrar. Ninguna de las alternativas nos satisface, y tampoco podemos deshacernos de una de las dos. Las potencias que dirigen nuestro movimiento son plenamente conscientes de la posici�n insostenible de esa doble incomodidad en la que nos colocan cr�nicamente. Nosotros somos los que, con no poca frecuencia, no nos damos cuenta del juego y, adhiriendo a apariencias, palabras y t�picos atrayentes, unas veces elogiamos el nacionalismo sin asumir la responsabilidad por el atraso pol�tico que necesariamente crear�, y otras proclamamos ideal�sticamente los nuevos derechos sociales y pol�ticos sin tener el valor de confesar que su precio ser� nuestro mayor sometimiento a las potencias internacionales.

 

Hoy estamos, con Fernando Henrique Cardoso, en una fase democratizante-internacionalista; ma�ana o pasado ma�ana, con Lula u otro petista en el gobierno, volveremos al nacionalismo autoritario de Vargas (o � por parad�jico que parezca � de Geisel). En cualquier caso, sentimos una profunda frustraci�n, pues nuestros mejores esfuerzos est�n viciados por un mal oculto. Es la contradicci�n b�sica que hace tan dif�cil para un brasile�o defender unas ideas pol�ticas coherentes: la coherencia de las ideas se convierte en incoherencia de los actos, y viceversa. Por eso nuestros gobernantes m�s eficaces han sido los que ten�an unas ideas aparentemente m�s ambiguas y hueras, ideol�gicamente, y por eso nuestros pol�ticos m�s se�aladamente �coherentes con sus ideales�, como Luiz Carlos Prestes y Carlos Lacerda, terminan no dejando tras de s� nada m�s que un reguero de bellas palabras...

 

Nuestra independencia perennemente semi-frustrada, mitad farsa, mitad tragedia, podr�a llevarnos a la locura, de no ser por la proverbial habilidad del brasile�o para vivir en la ambig�edad. Pero esta capacidad es, a su vez, parte del estilo de vida tradicionalmente nacional, que un progresismo moralista nos invita hoy a abandonar a cambio de un rigorismo legalista de tipo americano que, por su parte, costar� a nuestro pa�s nuevos sometimientos. Y as� una vez y otra. �Hasta cu�ndo?