Queremos ser repudiados
Olavo de Carvalho
Diário do Comércio, 20 de agosto de 2010
En uno de los últimos debates electorales en Brasil, Michel Temer, fórmula a la vicepresidencia de la candidata gobiernista Dilma Roussef, negó que el señor Presidente de la República hubiese propuesto la transformación de las FARC en un partido político; pero antes de terminar la frase, él mismo se desenmascaró al defender las lindísimas intenciones de esta propuesta. ¿Cómo podría él conocer las intenciones �adorables o abominables- de una propuesta que, según él mismo, jamás se hizo?
El señor Temer es, con toda la evidencia, un mentiroso cínico. Tan cínico como lo fue el propio Lula al presentar dicha sugerencia indecente. En esa ocasión, el señor Presidente preguntó: �Si un indígena y un obrero metalúrgico pueden llegar a la Presidencia, ¿por qué alguien de las FARC, disputando elecciones, no puede?� (v. http://www.estadao.com.br/noticias/internacional,lula-sugere-as-farc-criar-partido-para-chegar-ao-poder,362096,0.htm). La respuesta a esa pregunta es simple: ser indígena o ser obrero metalúrgico no es un crimen. Matar treinta mil personas y secuestrar siete mil, manteniendo estas últimas en cautiverio por diez años o más, es una sucesión inaudita de crímenes repugnantes. Hasta un retardado mental percibe la diferencia entre elegir como presidente un indígena, un obrero metalúrgico, un don nadie, hasta un mendigo que fuese, a elegir a un autor de asesinatos en masa. Ninguno de los presentes ante la obscena declaración presidencial se atrevió a echarle en cara esa obviedad escandalosa que él, con su �cara de palo� integral que sólo las mentes criminales tienen, fingía desconocer.
Pero aún más cínico se reveló el supremo mandatario, así como todos sus aduladores de oficio �lista encabezada por el señor Temer- al alardear de que su sugerencia expresaba el repudio presidencial hacia los métodos de lucha ilegales, crueles e inhumanos de la narcoguerrilla colombiana. ¿Qué repudio es ese, que en vez de castigo ofrece a los criminales un expediente limpio, el libre acceso al poder del Estado y la perspectiva de enriquecimiento sin límites mediante un comercio legalizado de las drogas? Si eso es repudio, no existe un solo brasileño que a estas alturas no implore de rodillas: ¡Repúdieme, señor Presidente!
Pero por debajo de este cinismo ostensible viene otro más discreto y todavía más perverso. Guerrillas y terrorismo son, por definición, muy diferentes de una guerra ejecutada por ejércitos convencionales. Estos buscan la victoria militar y el dominio del territorio. Sólo después de alcanzados estos objetivos es posible la instalación de un poder político en las zonas ocupadas; pero a pesar de esto la transferencia de la autoridad de los militares a los políticos es lenta, gradual y llena de precauciones. Los grupos guerrilleros y terroristas, por el contrario, buscan la conquista de objetivos políticos antes e independientemente de la victoria militar, que casi siempre está más allá de sus posibilidades.
En términos estrictamente militares, las FARC están liquidadas. En los últimos espasmos de la agonia, su única esperanza de sobrevivir militarmente reside en la creación de �zonas desmilitarizadas� donde puedan continuar clandestinamente sus actividades bajo la protección de sus propios enemigos, paralizados por la inhibición moral de infringir un acuerdo de paz que, por el lado de las FARC �y según los cánones de la �guerra asimétrica�- sólo existe para ser infringido. (Nota: la denuncia ciento por ciento falsa diseminada por el señor Paulo Henrique Amorim, comentada aquí días atrás, www.olavodecarvalho.org/semana/100815dc.html, fue uma pequeña ayuda creativa dada por la senadora Piedad Córdoba a la campaña de las FARC para la creación de tales zonas).
En materia de popularidad, la narcoguerrilla ya descendió al fondo más oscuro del océano: es abiertamente odiada por el 97 por ciento de la población colombiana. El tres por ciento restante son, en su casi totalidad, partes interesadas, disputando a codazos un último pitillo por el cual respirar.
La transformación de las FARC en partido legal �y de manera concomitante la legalización del tráfico de drogas, que nuestros gobernantes también defienden fingiendo no ver el refuerzo mutuo entre las dos propuestas- sería, con toda la evidencia, la salvación del moribundo. Más que la salvación, sería la gloria. Desde luego, la imagen de los criminales, hoy andrajosa, se reencauchará automáticamente mediante la exhibición de �intenciones pacíficas�. Pero, aún peor: dados de alta de los cuidados intensivos, los terroristas, con el rótulo de ciudadanos respetables y llenos de dinero en la maleta, no ocuparán sólo cargos electivos, sino lugares estratégicos en la burocracia estatal y en el poder judicial, desde donde podrán, con la mayor tranquilidad, enviar a la cárcel a sus adversários indefensos, como sus pocos representantes hoy allí infiltrados ya han conseguido con éxito hacer con 1200 militares colombianos �sí, mil doscientos- que tuvieron el �descaro� de combatirlos. Liberen a las FARC de su imagen sangrienta y en pocos años no habrá un solo enemigo de ellas suelto.
El señor Presidente Lula sabe todo eso y es precisamente eso lo que él quiere. La prueba más patente de esto es que él fundó el Foro de São Paulo para que las distintas corrientes de izquierda, legales e ilegales, pudiesen discutir y articular sus estrategias. La articulación del terrorismo, del narcotráfico y de la lucha política es la definición misma del Foro de São Paulo y la transfiguración de las FARC en Partido es la consumación de sus ambiciones más altas, más avasalladoras, más criminales.